lunes, 6 de febrero de 2012

CAPITULO I (El comienzo de mi historia) .///.

Pero todo se acabó en aquel año desgraciado cuando la sequia llego y con ella la maldición que alguien a la finca había echado, muchos animales murieron por la falta de alimento, y los pozos casi secos el agua parecía ser cieno y para poderla beber había que hervirla al momento, aunque el sabor parecía que había en el pozo un perro muerto. Los ancianos fallecieron y muchos niños también y los que buena salud teníamos nos quedamos en la piel. Don Iñigo debilitado vio como moría de la peste Luis, su paje y a partir de aquel momento ordeno a los criados preparar el equipaje y en un día rojizo con su caballo y tartana, dejo aquello que adoraba en manos de los que quedaban y emprendió su triste y final viaje.

De los pocos que quedaron y con mi abuelo a la cabeza, empezaron a pensar en esta tierra abandonar, pues si aún vivos seguían es porque Dios permitía de nuevo volver a empezar. Pero las cosas cambiaron y las lluvias empezaron, en aquel otoño gris que los campos anegaron, dejando arroyos y ríos con sus cauces desbordados, e impracticables los caminos para poder desplazarnos; en esta tierra en la que Caín dio sus primeros pasos.

Aquel invierno fue muy duro y la hambruna se hizo crónica, dejando a los que quedamos tan solo para comer berzas, hongos y achicoria y las bellotas recogidas en encinas que eran pocas. De los animales campestres todos se habían extinguido y de los perros y gatos aquellos que no nos los habíamos comido habían huido por patas, quedando solo las ratas, que cocidas en el fuego parecían alpargatas. De aquel triste campamento solo los fuertes quedaban aunque solo piel y huesos en sus cuerpos se notaban y eso que de vez en cuando los hermanos del convento alimentos nos llevaban, que en verdad siendo tan pobres de sus bocas los quitaban.

Empezó la primavera y la alegría llegó y en el campo una alfombra de florecillas plantó, con pajarilllos  alegres que nuestra moral levantó, y empezamos a pensar que nuestra mala suerte acabo y Dios nos había perdonado nuestros muchos pecados y tan poca devoción. Al no tener animales por servirnos de alimento empezamos a pensar como empezar a sembrar el poco grano que había guardado en algunos sacos y un cesto, que en la casa de Don Iñigo encontramos escondidos bajo una losa en el huerto, junto a aperos, armas, y una caja llena de monedas dentro.

Al encontrar este tesoro que la providencia envió, en nosotros la sonrisa de nuevo apareció, y con las armas y una parte del dinero se nombro una comisión, para salir de inmediato a buscar lo necesario para comenzar aquí de nuevo, y esta tierra darle brillo y sembrar cebada, trigo y panizo, para que hombres y bestias tengan su sustento austero y sencillo. A Domin y a mi nos nombraron para la misión cumplir y como jefe a mi abuelo que era el portador del dinero para llegar a tal fin.              .///.

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